El testimonio que a continuación se presenta, es de un asiduo cinéfilo, ansioso de compartir sus experiencias con respecto al fascinante espectáculo cinematográfico:
“Acostumbro ir al cine un par de veces por semana. Me he vuelto muy selectivo cuando escojo un película, por que aunque la oferta en cartelera es variada y vasta, las buenas cintas a veces sólo duran la semana de rigor. Y ante esta gran cantidad de películas estrenadas, corre uno el peligro de toparse con cada adefesio (por no decir despectivamente “churro”). Pero no importa, para mi el cine es un espectáculo incomparable.
A manera de ritual llego temprano a la taquilla para comprar mi boleto. Si no hago cola para comprarlo, hago cola para entrar a la sala, y más si se trata de un estreno “taquillero”. En fin, me gusta ir a los estrenos por la novedad de ser de los primeros en apreciar las más recientes producciones. Llegado el día en que pusieron el film que esperaba con tantas ansias, sin pensarlo dos veces fui a verlo. En esta ocasión llegue más temprano de lo usual para obtener un buen lugar, digamos a la mitad del cine y en la mitad de la hilera de asientos (siempre y cuando no sea una sala pequeña, a prueba de claustrofóbicos). Cómodamente sentado, no había una alma que tapara mi visibilidad, y a pesar de que la gente seguía llegando, conservaba mi buen lugar. Aunque la gente diga que el cine no es tan placentero si no compras tu bolsa de palomitas y refresco, yo prefiero omitir esa parte y dedicarme a disfrutar la película. De pronto, las luces comienzan a apagarse y el anhelado momento llega. Estando a oscuras a manera de sueño me evado de todo pensamiento y problema para dejar ir mi imaginación y entrar al mundo presentado por el estreno deseado. Esta conexión que siento como espectador ante la proyección de la cinta depende de las imágenes que percibo y su respectiva equivalencia sonora, la cual espero sea satisfactoria. Pero usualmente el cine en las salas actuales es exageradamente estruendoso, como si fuese necesario desquitar el costo de una sala ultra equipada con la mejor tecnología, bocinas en lugares estratégicos, que a cualquiera le tiembla el corazón (la cabeza y el asiento) y no se diga en una película del género de acción.
Después que las primeras imágenes han desfilado y en el proceso en que me concentro para entrar de lleno en la trama del film, me distraigo gracias a la pareja de tórtolos que comentan todo lo que están ( y lo que no están) viendo. Estoy a punto de golpearlos pero me controlo confiando en que a medida que continúe la proyección apacigüen su cursi plática, cuando de pronto el individuo de atrás, cual tic nervioso patea insistentemente el asiento. Amablemente (ni tanto) le pido deje de hacerlo, después de varios minutos. Eso no me enoja tanto como cuando el “cácaro” encuadra inadecuadamente la pantalla y se ven a medias los subtítulos, y como no he todavía perfeccionado mi inglés, no entiendo nada sin las mentadas “letritas”. Luego comienzo a ver borroso, me tallo los ojos, y no por que esté en pleno melodrama lacrimógeno, sino por que las imágenes están fuera de foco y el señor proyeccionista no se ha dado cuenta después de un buen rato de silbatinas y gritos de desesperación. Quisiera uno regresar y ver lo omitido con control de DVD en mano.
El cine ahora está lleno. La pequeña y diminuta sala está al tope, y no me explico como los que están sentados en la primera fila logran ver o distinguir las imágenes y subtítulos en la inmensa pantalla. Por lo menos ahora si se limita el número de espectadores por función, no como antes cuando ante la poca oferta de cine, las salas se llenaban rápidamente y se encontraba gentes hasta en los pasillos. Cuando creo que todo ahora si va bien, me entran unas tremendas ganas de ir al baño, y añoro las épocas cuando nada más esperaba uno el intermedio para cubrir la imperiosa necesidad. Pero cuando la majestuosa cinta épica tipo El Señor de los Anillos o Cruzada dura tres horas completas, no queda otra que concentrase y guardar compostura (es decir, mentalmente pensar en otra cosa), a pesar de que adelante está un individuo saboreando su torta con cebolla, el de a lado sorbe su refresco haciendo crujir sus palomitas (no sabía que se estaba comiendo las bolitas de maíz sobrante) y el del otro lado ya contestó sin mayor reparo ni pena su celular mientras media sala tiene que escuchar su plática, ignorando la recomendación que se le hizo de apagarlo antes de comenzar la función. Aun así trato de disfrutar el momento, pues a todo lo anterior ya estoy acostumbrado, aunque a veces me pregunto ¿Será mejor quedarse en la comodidad de mi casa viendo la película en DVD?. Yo ya lo estoy pensando.”
Definitivamente no compartimos la anterior interrogativa planteada por el anónimo y atormentado espectador cuyo testimonio es inventado, pero muy real. Seguimos pensando que la magia del cine sólo se encuentra en las salas, en la oscuridad, con nuestra atención total y rodeada de público, y que el cine se ve mejor en el cine, como reza la más gastada de las frases...
¿Testimonio inventado? Hombre, si hasta parece que lo escribí yo...
ResponderEliminarTambién sigo pensando que no hay nada como ver una buena película en medio de una sala oscura con buen sonido, rodeado de público atento, con una excelente proyección y a un precio justo. Como eso cada vez es más raro (buenas películas incluidas), poco a poco me vuelvo a despedir de las salas de cine y me refugio en los DVDs en la sala de mi casa.
Salud por este blog.