El Acomodador

Por Ernesto Baltazar Sierra


                                                           
"Las acomodadoras, no saben distinguir lo que se mueve en la
pantalla de lo que se filtra por la puerta. Son ciegas de tanto
andar en la oscuridad. ¿No se dan cuenta de que la película,
como la vida, se acaba? "
G. CAIN.

A Jorge Ramírez Pardo.


Dirigió su mirada hacia la marquesina y leyó: MUERTE DE UN CICLISTA (Con Lucía Bosé y Alberto Closas). Sin reparar en el cartel se acercó a la ventanilla. Una señora gorda y entrada en años dejó de tejer y le extendió un boleto que él pagó con un billete de cinco pesos. La anciana amablemente le regresó su cambio y dijo: -¡que se divierta !

En la dulcería compró un refresco y una bolsa con palomitas de maíz, luego mecánicamente entró a la sala . Con movimientos bien estudiados fue a sentarse hacia la parte trasera en una de las butacas del ala derecha. Su lugar preferido como en otras ocasiones estaba desocupado, como si estuviera reservado en exclusiva para él. Siempre le había gustado ver la pantalla de lejos y en perspectiva.

Otra persona más, ubicada a unas cuantas hileras de butacas adelante, estaba como él, preparado para la primera función, de la que al parecer serían los únicos espectadores.

Las luces se apagaron, se corrieron las cortinas rojas de la entrada principal, él se arrellanó en su asiento e iniciaron a desfilar frente a sus ojos, imágenes de comerciales y cortos preliminares de películas.

Ante aquella pareja solitaria de asistentes, la proyección cobraba vida, de igual forma que lo hacía con el local a reventar. El sonido no era del todo bueno y sólo un macilento anuncio de NO FUMAR, pretendía desconcentrarlos de los créditos de la película española, que terminaron con el nombre del director madrileño Juan Antonio Bardem.

El comía y bebía entre secuencia y secuencia, gozando de la trama cuya premisa lo había atrapado: María José (Lucía Bosé) y Juan (Alberto Closas), amantes infieles , regresando de su clandestino nido de amor, atropellan a un ciclista, que muere por falta de auxilio, que en un momento Juan se lo va a ofrecer, pero María José se lo ha impedido.

No obstante el argumento, el don hipnótico de la fábrica de sueños ya había surtido efecto en el otro espectador , que roncaba a pulmón batiente. Y pensó que venir a dormirse al cine era una falta de respeto, tanto para el público, por escaso que fuera, como para el director sin importar la calidad de la película que se exhibiese. Lo mejor para todos sería quedarse en casa frente a un televisor presenciando algún culebrón; que a decir verdad eran responsables de las salas de cine vacías y el fracaso de muchas de ellas.

La muerte del ciclista pesaba enormemente en los protagonistas, y también en el ya único espectador, pues su concentración en la pantalla remendada era cada vez mayor.

Justamente cuando Juan lee en un periódico la noticia de la Muerte de un ciclista, apareció en la sala, la luz tenue de una lámpara de mano que poco a poco fue aproximándose a él. De primera instancia no pudo distinguir a la persona portadora de aquella fuente de luz, que prácticamente le iluminó la cara, y una voz suave de mujer se escuchó en la oscuridad:

-¿ Está ocupado este asiento ?- señaló con la vara luminosa el asiento contiguo de su izquierda.

- ¡ No! - respondió tímidamente.

La sorpresa mayor fue precisamente cuando, al no descubrir más personas, la mujer fue a sentarse a su lado. El pensó "¿ por qué ante una multitud de asientos desocupados fue a parar hasta ahí ?" por un momento creyó que esa situación era parte de la película, precisamente cuando Rafa (actor secundario), intimida a los amantes, con advertir que él sabe quiénes fueron los responsables de la muerte del ciclista.

Decidió no pensar más en la mujer de a lado y concentrarse en la película, que era precisamente a lo que había entrado al cine.

Después de un silencio en pantalla, ella cuestionó:

-¿ Tiene mucho tiempo de haber empezado ?

- Como media hora - respondió matemáticamente.

-¡ Gracias !

Ella sacó un cigarrillo y nuevamente le dirigió la palabra:

-¿ Le molesta que fume: usted gusta ?

-¡ No gracias: puede fumar, no se preocupe ! -respondió sin despegar su mirada de María José y Juan, quienes fumaban nerviosos.

Encendió el cigarrillo y lo fue fumando lentamente, entre toma y toma del filme. Las volutas de humo impedían, en ciertos momentos ver las imágenes, ya de por sí ocres y deslavadas.

Después de una extensa bocanada, apagó el cigarro y sin desearlo su antebrazo derecho tocó el izquierdo de él. Súbitamente él sintió que su cuerpo se erizó y como reflejo condicionado retiró el antebrazo de la butaca vecina.

-¡ Perdón ! - dijo ella en tono coqueto.

- Pierda cuidado - contestó con voz temblorosa.

-¿ Le gusta venir solo al cine ? - ahora sí con afán de coquetear, preguntó ella.

- Por lo general sí - con firmeza respondió.

-¿ No cree usted que venir solo a la primera función, es una señal de franca depresión ? - cuestionó ella, cual sicoanalista.

-¡ Puede ser: no lo había pensado ! - dijo él, sin pensarlo

Y sin esperarlo ambos, el anuncio de INTERMEDIO cruzó la manta blanca, y las luces generales se encendieron a media intensidad. Sin embargo, pudo ver a su lado perfectamente, a una hermosa y atractiva joven, portando una falda corta, para lucir sus seductores muslos.

Abruptamente su miembro experimentó una fuerte y sostenida erección que le hizo ruborizar, pero la luz rojiza de la sala camufló sin problemas aquella situación vergonzosa.

Ambos quedaron en silencio, escuchando el fondo musical de la orquesta de Glenn Miller, sin moverse cada uno de su asiento.

Cuando dirigió él su mirada hacia donde estaba el otro espectador advirtió la ausencia de éste, y pudo comprender lo desconcertante que había resultado la presencia de aquella dama.

Ella sacó otro cigarrillo e ignorando el letrero de NO FUMAR, extendió la cajetilla hacia él para romper la tensión. Nuevamente rechazó el gesto con amabilidad.

Pensó que si salía de la hilera de butacas por su derecha, podría pasar inadvertido lo abultado de su pantalón, y así poder ir al baño en busca de tranquilidad, pero ella lo impidió al hablar:

- Esta película ya van tres veces que la veo - dijo desenfadada.

- Es bonita, yo también la vería otras veces - mintió para complacerla.

- Pues a mí me parece francamente aburrida. No sé qué tiene de agradable ver que una mujer engañe a su esposo. Y luego ese acento español que de plano a veces no se entiende. Para eso mejor ver telenovelas - replicó ella.

-¿ Y entonces por qué está aquí ? - cuestionó de inmediato él.

- Porque es parte de mi trabajo.

-¿ Es usted inspectora ? - hizo la pregunta sin reflexionar.

- Claro que no... yo soy la nueva acomodadora y tengo apenas una semana que... -en esos momentos las luces de la sala volvieron a apagarse y reinició la película con el sonido fuera de sincronía, impidiendo que ella terminara de responder.

De pronto sintió la mano de ella sobre su miembro que aún se mantenía erguido, y sin esperar a que él dijera algo, ella abrió el cierre y bragueta del pantalón y calzoncillo respectivamente, para meter su mano hasta dar con el falo completamente erecto. Comenzó a jugar con él, hasta que lo sintió eyacular. Acto seguido aseó su voluptuosa mano derecha con un klennex y una vez terminado de hacerlo, ofreció uno a él para que lo empleara como le viniese en gana.

- Este es mi verdadero trabajo: ¿ le gustó ?

Apenas pudo carraspear y decir un " sí " en voz baja, aún con el corazón galopando. Como galopaba el de Juan en la escena en que es llamado por la policía.

- Pues si en verdad le gustó, podrá encontrarme aquí en la primera función, y por lo que sea su voluntad vendré a hacerle placenteras estas películas aburridas.

A tientas, él sacó un billete de su cartera y se lo dio, para que también lo empleara como quisiera.

Besándole la mejilla tiernamente, dijo: " gracias " y se marchó con la lámpara de mano encendida.

La lucecita se perdió con aquella sorprendente mujer; él quedó con un billete menos en su cartera, un pantalón húmedo y su miembro agobiado.

Al término de la película, esperó que el pantalón se ventilara un poco, y precisamente cuando apareció el crédito final SOLFIL-ESPAÑA MCMLVI, y ya sin huella delatora se filtró por las cortinas para salir de la sala, no como había entrado.

Después del agradable incidente, dos o tres veces a la semana, acudía a la primera función de aquel cine. A buscar la luz erótica de la linterna mágica en manos de su cinéfila y acomodadora, quien efectivamente hizo más placenteras las películas que se exhibían.

Un día al acudir a la primera función de su cine predilecto, se dio cuenta que la Compañía Operadora de Cines, se declaró en quiebra y había decidido cerrar definitivamente la sala donde inició a degustar el séptimo arte, como nunca en su vida.

Triste dirigió sus ojos a la marquesina donde estaba la programación de la última película en exhibición: NUNCA TE VI, SIEMPRE TE AME. ( Con Anne Bancroft y Anthony Hopkins).

En vano asistió a la primera función de los nuevos cines de la ciudad. Y antes de lo esperado comenzó a darse cuenta que incluso las películas más reconocidas, de los directores y artistas más connotados del mundo fílmico, le resultaban insípidas, verdaderamente aburridas. Luego entonces recordó el final de MUERTE DE UN CICLISTA, donde los protagonistas mueren irónicamente por intervención de otro ciclista, y aquella tragedia española la asumió como suya.

Se acercó a la ventanilla general y un sonido metálico le dio la bienvenida, luego un panel electrónico anunciaba depositar unas monedas en la ranura del tablero de operaciones y enseguida, de otra ranura, brotó un ticket para la primera función del día, de la premier: ACOSO SEXUAL.

Se adentró en aquella sala sofisticada y concurrida. Por fortuna en el ala derecha trasera, encontró un par de butacas desocupadas.

Aunque no su lugar preferido, ocupó el asiento, ahora sin refresco ni palomitas de por medio.

Las luces y el sonido se apagaron paulatinamente y entre una algarabía inició la película tan ansiada. El filme saturado de falso erotismo y con un reparto estelar hollywoodense de primera, apenas sí pudo distraerlo.

Después del intermedio dirigió su vista hacia un lado y descubrió un letrero multicolor que anunciaba SALIDA DE EMERGENCIA, del que hizo caso omiso.

A escasos minutos del desenlace, la luz de una lámpara de mano fue acercándose hacia donde él se encontraba, con el corazón acelerado.

La acomodadora quedó atónita al observar que los antebrazos de aquel espectador estaban desangrándose. La pareja de adolescentes que venían siguiendo la luz, emitieron un grito que se disipó en la sala moderna. Nadie se inmutó y en la elegante pantalla pronto apareció la palabra THE END.

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